SE ESTIMA UNA POBLACIÓN DE UNOS TRES A CUATRO MILLONES EN EL ACTUAL TERRITORIO QUE HOY CORRESPONDERÍA A ESPAÑA EN ESTOS SIGLOS.
Por muy profundas que fueran las transformaciones que la romanización (y posteriormente la islamización, la Reconquista y otros grandes procesos socioculturales de las sucesivas edades históricas) impuso a la configuración histórica en la península ibérica, el sustrato previo, determinado por los siglos en que los "pueblos indígenas" ocuparon el territorio, puede detectarse en notables pervivencias. Por ejemplo, se ha comprobado que la toponimia peninsular se divide, a grandes rasgos, en tres zonas: una céltica, con predominio del sufijo -briga, una íbera, con predomino de la raíz iltir/iltur, y una tartésica, con predominio de los sufijos -ipo, -ippo y -oba, -uba.
La comprobación arqueológica es muy problemática, dada la radical transformación geográfica del entorno (el Lacus Ligustinus se colmató) y la intensa ocupación de todos los núcleos urbanos por las civilizaciones que se sucedieron. Existiera o no una ciudad de Tartesos (hoy perdida o confundida con los cimientos de alguna de las existentes) no es probable que fuera la capital de un Estado de grandes dimensiones territoriales; de serlo, es imposible determinar cuál sería su territorio efectivo, si se limitaría a las ciudades ribereñas del Lacus Ligustinus (Luciferi Fanum, Ipora –ambas en el territorio del actual Sanlúcar de Barrameda–, Asta –Écija–, Nebrisa –Lebrija–, Caura –Coria del Río–) y los núcleos urbanos, rurales y metalúrgicos del entorno del bajo Guadalquivir (Niebla, San Bartolomé de Almonte, Tejada la Vieja, Carmo –Carmona–, Ispal –Sevilla–), o extendería su influencia más al interior, hasta Corduba (Córdoba) o incluso a núcleos más alejados, como Conisturgis (Medellín) o Mastia Tarseion (Cartagena). La historiografía reciente habla más bien de un área tartésica o de un ámbito de influencia tartésica, que va desde Sierra Morena hasta el Golfo de Cádiz y desde la desembocadura del Tajo hasta la del Segura, o incluso de una especie de "confederación tartésica".
A partir de la batalla de Alalia (enfrentamiento greco-cartaginés por la hegemonía en el Mediterráneo occidental –tuvo lugar en las aguas de Córcega en el año 537 a. C.–), Tartessos desaparece de las fuentes escritas, y la cultura material de la zona de influencia tartésica entra en una etapa de decadencia. Se han aducido desde causas externas, manifestadas de forma violenta (la imposición de la colonización territorial cartaginesa, que habría destruido Tartessos, bien físicamente como ciudad, o bien en su entidad política); hasta causas endógenas, manifestadas de forma gradual (agotamiento de las vetas más fácilmente aprovechables, decadencia del comercio colonial fenicio, ruptura de la ruta terrestre del estaño –controlada ahora por los griegos de Massalia–), que habrían llevado a las culturas nativas de nuevo a una economía casi exclusivamente agrícola y ganadera, y al cambio tecnológico del bronce al hierro. No obstante, los turdetanos, el pueblo que habitaba la zona a la llegada de los romanos (finales del siglo III a. C.), seguía siendo visto como el más rico y de mayor desarrollo cultural de toda la península.
El área de los pueblos denominados íberos fue el este y sur peninsular, junto a los valles del Ebro y Guadalquivir; caracterizada por la mayor influencia de los pueblos colonizadores, lo que se ha denominado "proceso de iberización". Mantenían una explotación agropecuaria con base cerealista, que en algunas zonas se diversificaba con el olivo y que incluso incluía la irrigación. La minería era la base de una metalurgia del bronce, el hierro y los metales preciosos, muy demandada por los pueblos colonizadores. El desarrollo comercial de los excedentes, que incluyó el uso de la moneda, estimuló la jerarquización social y la formación de una élite guerrera aristocrática, que demandaba productos de lujo de importación para consolidar su prestigio. Localmente, se desarrollaron programas artísticos de cierta sofisticación, y se usaron alfabetos de origen fenicio o griego para la escritura de algunos textos. Los núcleos de población más importantes, verdaderas ciudades, localizadas en eminencias naturales, se amurallaron (la tipología que los romanos llamaron oppidum), como Asido (Medina Sidonia), Astigi (Écija), Sisapo (junto a las minas de Almadén), Castulo (Linares), Basti (Baza), Illici (Elche), Saiti (Játiva), Arse (Sagunto), Edeta (Liria), Castellet de Banyoles, Ullastret, Ilerda (Lérida), Castellar de Santisteban, Castellar de Meca o el Cerro de los Santos.
La Meseta, el oeste y el norte peninsular fue el área de un conjunto de pueblos de entorno cultural centroeuropeo que se denomina convencionalmente como "celtas", y de hecho están atestiguadas arqueológicamente varias penetraciones de población de origen centroeuropeo en la primera mitad del I milenio a. C., de un peso demográfico imposible de constatar, pero que se instalaron entre los pueblos indígenas (Cortes, Las Cogotas) y determinaron un proceso general de celtización; aunque los vascones y otros pueblos de ámbito lingüístico aquitano se interpretan como pervivencias del sustrato pre-indoeuropeo (cuya lengua evolucionó a lo largo del tiempo hasta el actual vasco).
El nivel de desarrollo cultural de este variado conjunto de pueblos era relativamente menor a los de la zona íbera; aunque con mucha disparidad entre ellos, encontrándose los denominados celtíberos en una zona de transición tanto cultural como geográfica (en torno al Sistema Ibérico –que los romanos llamaban Idubeda–). Su economía era de predominio ganadero, con una agricultura relativamente menos desarrollada que en la zona íbera (con las notables excepciones de vacceos y carpetanos, en las estepas cerealistas de la meseta central), además de una limitada actividad comercial. Sus manufacturas textiles fueron apreciadas por los romanos (en ocasiones pedían como tributo millares de prendas llamadas sago). Muchos de sus núcleos de población también respondían al concepto romano de oppidum (Aeminium –Coímbra–, Conimbriga, Egitania, Brigantia –Braganza–, Helmantica –Salamanca–, Toletum –Toledo–, Kombouto –Alcalá de Henares–, Arriaca –Guadalajara–, Segovia, Cauca –Coca–, Numancia, Segeda, Bilbilis –Calatayud–, Calagurris –Calahorra–); que en el cuadrante noroccidental de la península eran castrum de menor tamaño que definen la cultura castreña (Santa Tecla, Baroña, Coaña, Monte Cueto, Mesa de Miranda, El Raso, Ulaca, Cabeço das Fráguas). Algunos núcleos urbanos estaban ubicados con otros criterios, como Talabriga (Talavera, literalmente "ciudad del valle") o Pintia.
Ciudad de Cantabria.
Los Berones se encontraban en el Valle del Ebro preferentemente por la Rioja Alta, los Vascones por la Rioja Baja en el Ebro y en las cuencas bajas de sus afluentes, y los Pelendones en las zonas de sierra. Los principales asentamientos Berones fueron Vareia (capital de facto situada en los alrededores de Logroño), Oliva (actual Herramélluri), Tritium (actual Tricio). La principal ciudad vascona de las que se documentan en la Rioja fue Calagurris, la otra ciudad vascona fue Graccurris/Gracouri, localizada en las actuales eras de San Martín de Alfaro. Los Pelendones ocuparon entre otros el asentamiento de Contrebia Leucade, situado en la actual Aguilar del Río Alhama. La ciudad celtíbera de Cantabria es el nombre sui generis dado a un importante yacimiento protohistórico ubicado al sur del término o paraje denominado Cerro de Cantabria en Logroño.
ÍBEROS.
Aunque estos pueblos tuvieron un tronco común, estuvieron distribuidos en multitud de tribus con peculiaridades distintas los unos de los otros.
Los iberos fueron, en definitiva, los diferentes pueblos que evolucionan desde diferentes culturas precedentes hacia una serie de estructuras proto-estatales, viéndose ayudados en dicha evolución por la influencia de fenicios, primero, y luego de griegos y púnicos, que traerán consigo elementos de lujo que ayudarán, como bienes de prestigio, a la diferenciación interna de los diversos grupos sociales.
Hacia el 2000 a. E. C. se desarrolla en Andalucía oriental la civilización calcolítica, que se aprecia en los yacimientos de Los Millares (Almería) y Marroquíes Bajos (Jaén), estrechamente relacionados con la cultura portuguesa de Vila Nova y quizás (no probado) con alguna cultura del Mediterráneo oriental (Chipre).
Aumento demográfico y protourbanización de los poblados, que son más amplios y con mejores infraestructuras.
Crecimiento de la producción de alimentos debido a la intensificación agrícola y a la explotación de los productos derivados de la ganadería.
Cambios sociales que condujeron a la creación de jerarquías embrionarias que desembocaron en una sociedad de jefaturas (centralización política).
El metal debió ser un elemento más entre las numerosas innovaciones que se produjeron durante el II milenio a. C. en la Península.
Estas transformaciones se detectan inicialmente en los grupos del mediodía peninsular, pero es difícil establecer un orden de prioridad sobre dónde aparecieron por primera vez. Posteriormente, estas comunidades incorporaron el vaso campaniforme, que, tradicionalmente, ha sido utilizado para marcar un antes y un después en las periodizaciones (por ejemplo, en el sudeste: Precampaniforme o Millares I y Campaniforme o Millares II). Actualmente, y sin negar la importancia del campaniforme como fósil director del Calcolítico final, algunos investigadores muestran reticencias a la hora de establecer esta diferenciación en dos momentos entre los que no se observa ninguna ruptura. Por ello, se empieza a prescindir de esta secuenciación y a considerar el campaniforme como una simple adición artefactual, una moda.
Las viviendas
Son de planta circular con zócalo de piedra, carecen de compartimentación interior, tienen hasta 6 metros de diámetro y presentan una dispersión aleatoria. Chapman, tomando como referencia la extensión de Los Millares y el número mínimo de defensores necesarios para rentabilizar sus imponentes fortificaciones, propone la cifra de unos 1000-1500 habitantes, lo que, para él, justifica la adjudicación a este centro del calificativo de “protourbano”. Estos rasgos generales son apreciables en otros yacimientos como el Cerro de la Virgen de Orce, El Malagón, Campos y Almizaraque.
Hacia 1800 a. E. C., esta cultura se ve sustituida por la de El Argar (bronce), que se desarrolla independientemente y parece estar muy influida en su fase B (desde 1500 a. C.) por las culturas egeas contemporáneas (enterramientos en pithoi).
Aunque el Calcolítico debe su nombre y siempre se ha identificado con el uso de los primeros metales por parte de la humanidad, hay asociados muchos otros procesos de cambio que son incluso más importantes que la propia metalurgia.
El Argar es considerado un asentamiento de nueva fundación, sin antecedentes calcolíticos. Con una superficie de 16 000 m² y una población estimada de unos 500 habitantes, es uno de los poblados conocidos más grandes pertenecientes al grupo epónimo. En el interior de las propias viviendas se han encontrado más de mil sepulturas. Estaba estratégicamente situado sobre un cabezo amesetado y protegido también por una muralla, en cuyo interior se han excavado viviendas rectangulares de 8-10 m por 2,5 m, así como otras de planta irregular o circular. Las paredes se construían con madera y barro, levantados sobre un zócalo de piedra. El techo era de cañas o ramas y barro. Tiene un urbanismo complejo que se caracteriza por la creación artificial de terrazas, con una acrópolis situada en lo más alto del yacimiento.
Restos de un cráneo de la sepultura 62 de El Argar, con diadema de plata: «Las alhajas consisten en una diadema de plata, pendientes de oreja, de cobre y de plata, y collar, de hueso y de serpentina».
La primera fase de ocupación del poblado refleja una comunidad campesina autosuficiente que se iniciaba en la metalurgia y se enterraba predominantemente en fosas, con ajuares muy similares. En una segunda fase se produjo un importante aumento de la demografía y de las actividades metalúrgicas, enterrándose mayoritariamente en cistas, con ajuares ya diferenciados (aparecen en algunos pendientes y anillos metálicos). En la tercera existían claras diferencias socio-económicas entre los habitantes del poblado y predominaban las urnas cerámicas, en cuyos ajuares más ricos se encuentran diademas y espadas (elementos de alto contenido ideológico), mientras que muchos enterramientos carecen de cualquier tipo de ofrenda.
La ideología dominante era aristocrática y guerrera. Esto se refleja en la fortificación de los poblados, la gran importancia de las armas y la presencia de éstas en los ajuares funerarios.
La sociedad argárica desapareció hacia el 1500 a. C.
Hacia 1300 a. E. C., coincidiendo con la invasión del noroeste peninsular por los celtas, El Argar, que bien pudo haber sido un estado centralizado, da paso a una cultura «post-argárica», de villas fortificadas independientes, en su mismo ámbito. Tras la fundación de Marsella por los focenses (hacia 600 a. E. C.), los iberos reconquistan el noreste a los celtas, permitiendo la creación de nuevos establecimientos griegos al sur de los Pirineos.
A las comunidades establecidas al final de la edad del bronce se las considera sustrato indígena al hablar de la cultura íbera. Básicamente hay cuatro focos: El Argar, la cultura del Bronce Manchego, la del Bronce Valenciano y los campos de urnas del Noreste.
Fenicios
La antigua Iberia fue objeto de los intereses comerciales de los fenicios, pueblo de tradición marinera que, según los historiadores clásicos, hacia el siglo IX a. C. fundó su primera colonia ultramarina en el Atlántico, al otro extremo del Mediterráneo, Gádir 𐤀𐤂𐤃𐤓 (Cádiz) por su valor estratégico (dominio del paso del Estrecho) y comercial (riquezas minerales de la región de Huelva). También fundaron otras colonias, principalmente en el suroeste peninsular, como Toscanos (Torre del Mar), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) o Abdera (Adra), en Almería.
Mediante el trueque de productos manufacturados por materias primas, monopolizaron el comercio de metales e impulsaron la industria del salazón. Hay constancia de explotaciones mineras en la península de metales (oro, plata y estaño), en la zona de Río Tinto, y en otras de la provincia de Huelva. Estas explotaciones aportaron riqueza, no solo a los fenicios, también a las caciques de la zona, habiéndose encontrado varios «tesoros» en algunas necrópolis de la época. No hay noticias de grandes revueltas ni guerras.
Griegos
La colonización griega tuvo dos objetivos: comerciales y el paliar el problema demográfico de las polis griegas. Divulgaron el alfabeto y el uso de la moneda. También practicaron intercambios con los nativos, de vino, aceite y manufacturas (cerámicas, bronces) por materias primas (oro, plata, plomo, cereales, esparto y salazones). Los griegos focenses, procedentes del Asia Menor, fundaron asentamientos en la costa nordeste mediterránea, como Massalia (Marsella); posteriormente Rhode (Rosas), en el golfo de Rosas y Emporion (Ampurias), en la península; también núcleos comerciales, más o menos estables, como Hemeroscopio, Baria (Villaricos), Malaka, Mainake, Salauris, Portus Menesthei, Callipolis y Alonis.
Cartagineses
Los cartagineses eran un pueblo de origen fenicio que se estableció en Cartago Qart Hadašt (en el actual Túnez). Se independizaron de la metrópolis cuando Tiro declinó bajo el poder asirio. Con su inmejorable situación estratégica, en medio del Mediterráneo, lideró a todas las colonias fenicias de occidente, entre estas, las factorías de Iberia, que enviaban plata, estaño y salazones.
A raíz de la enorme deuda que contrajeron con Roma en la primera guerra púnica, Cartago emprendió la conquista de las regiones mediterráneas de la península ibérica para crear un nuevo imperio cartaginés; Amílcar Barca desde Cádiz, su única plaza, comenzó la invasión del valle del río Betis, cuyos reyezuelos se entregaron por la fuerza o la diplomacia, uniéndose al ejército invasor. Las nuevas prospecciones colmaron de plata las arcas cartaginesas y después de nueve años de guerra, había conseguido para Cartago la plata y los mercenarios de Iberia. Amílcar muere el año 229 a. C. en una escaramuza contra los oretanos.
Su yerno, Asdrúbal, continuó su labor aunque utilizando una política de alianzas con los reyes ibéricos; se fundó la ciudad de Qart Hadasht (Cartagena) y se estableció un tratado con los romanos fijando en el río Ebro los límites de influencia de los dos imperios. Los cartagineses se adueñaron de todo el sur de la península, desde el Levante hasta el golfo de Valencia y puede que dominasen también el territorio de los oretanos. Asdrúbal muere asesinado el año 221.
Aníbal Barca (Aníbal), con solo 25 años, es elegido nuevo general por su ejército; invade el territorio de los olcades y penetra en los territorios de la meseta central al año siguiente, ocupando las ciudades de Toro y Salamanca; pagados los tributos, emprende regreso a Cartago Nova con numerosos rehenes, siendo atacado por un ejército en coalición de carpetanos, vacceos y olcades, a los que derrota junto al Tajo. El ataque a la ciudad de Sagunto desencadena la segunda guerra púnica que concluye con la derrota de Aníbal, el declive del poder cartaginés y la conquista romana de la península ibérica. Durante esta época destacaron Istolacio, y su hermano Indortes, generales celtas de los ejércitos mercenarios (Diodoro 25. 10).
En sus tierras existían caminos que fueron usados por los romanos después.
Al estar desunidos eran presas fáciles para las conquistas como la púnica y la romana.
Disponían de riquezas como el oro y el estaño que fueron lo que atrajo a los fenicios y a los griegos.
Tenían fama como jinetes audaces, siendo utilizados como mercenarios.
Se les cita con estos nombres, al menos desde el siglo VI a. C.: elisices, sordones, ceretanos, airenosinos, andosinos, bergistanos, ausetanos, indigetes, castelanos, lacetanos, layetanos, cossetanos, ilergetas, iacetanos, suessetanos, sedetanos, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos y turdetanos.
La sociedad íbera estaba fuertemente jerarquizada en varias castas sociales muy dispares, todas ellas con una perfecta y bien definida misión para hacer funcionar correctamente una sociedad que dependía de ella misma para mantener a su ciudad.
La casta guerrera y noble era la que contaba con más prestigio y poder dentro de estas. Aparte de las armas, poseer caballos otorgaba también gran prestigio y reflejaba poder, nobleza, y formar parte de la clase más pudiente.
También tenían gran importancia la casta sacerdotal,[cita requerida] en la que las mujeres, como se observa en los túmulos funerarios, eran el vínculo de la vida y la muerte. Las sacerdotisas gozaban de gran prestigio, ya que eran las que estaban en continuo contacto con el mundo de los dioses, aunque también había hombres que desarrollaban una tarea mística, prueba de ello son los sacerdotes lusitanos, que leían el futuro en los intestinos de los guerreros enemigos.
Otra de las castas era la de los artesanos, apreciados porque de ellos salían los ropajes con los que se vestían y resguardaban del frío, los que elaboraban calzado, los que modelaban vasijas en las que guardar agua y alimentos y, sobre todo, por ser los que les hacían, a medida, armas y armaduras con las que se distinguían de las otras castas más bajas.
Finalmente estaba el «pueblo llano», gente de distintos oficios que se dedicaban a los trabajos más duros.
Indumentaria ibera
Los iberos se vestían con telas de distintas calidades, según su poder económico.
Guerreros: Según los textos antiguos, la prenda más habitual era un vestido de tela, como la de los romanos, con el ribete en rojo.
Sacerdotisas: Las sacerdotisas eran quizás las que más adornos tenían. De ellas vienen la mantilla y la peineta, con la que se solían cubrir la cabeza y el cuerpo, un ejemplo de ello es la Dama de Elche, y los moños que hoy se pueden ver en Castellón.
Otras prendas de vestir: Otra prenda muy valorada, era el sagum, una capa de lana, que protegía del duro frío. Otra de las prendas que aún existen hoy, es una tela que a modo de diadema utilizaban los guerreros para recogerse el pelo. Su calzado era unas alpargatas, que se ataban a la pierna y el pie, en el invierno se cubrían los pies y las piernas con unas botas de piel y pelo de animal.
El guerrero ibero
Su carácter fue descrito por los griegos, quienes se fascinaron por unos soldados que se lanzaban al combate sin miedo alguno y que resistían peleando sin retirarse aún con la batalla perdida,[cita requerida] los guerreros a los que se referían eran mercenarios iberos reclutados por los griegos para sus propias guerras.
Economía
No sabemos mucho sobre la agricultura ibérica, pero sí lo suficiente como para deducir su importancia económica. Del estudio de una buena cantidad de piezas del utillaje agrícola halladas en los poblados del área valenciana, dedujo E. Plá que se había venido en este, como en otros edificios, a una especialización adecuada, dándose con la herramienta justa que en muchos casos ha llegado hasta nuestros días.
La agricultura que se practica es la de secano, siendo los cultivos fundamentales el cereal, el olivo y la vid, para la que está atestiguada ya en el siglo VI la obtención de excedentes con destino a su comercialización, así como las leguminosas (garbanzos, guisantes, habas y lentejas). Y por otra parte, se conocen diversas especies frutales, entre las cuales destaca el manzano, el granado y la higuera.
Tuvieron también cierta importancia determinados cultivos industriales, especialmente el lino en Saitabi (Játiva). Tenemos ampliamente documentada la industrialización del esparto, especialmente en el Campus Spartarius, al norte de Cartagena, con multitud de aplicaciones, entre las cuales sobresalen los cordajes para la navegación.
Respecto a la ganadería, no parece haber tenido un papel predominante, salvo quizá en regiones específicas, limitándose al papel habitual complementario de la agricultura. Sí es necesario señalar la importancia de ciertas especies como el caballo, utilizado en la caza y la guerra y probablemente símbolo de determinado estatus social en cuanto que da acceso a estas actividades. También debió tenerse en gran estima al buey y de la abundancia de ganado bovino nos hablan las frecuentes menciones del sagum o manto de lana ibérico en las fuentes romanas.
La caza, parece haber tenido una cierta importancia, según se deduce de su frecuente representación en la cerámica pintada, aunque quizá más como actividad social que económica. El jabalí debe haber sido la pieza reina, aunque junto a él se cazan igualmente cérvidos y varias especies menores.
Arte ibérico
El arte ibérico tiene sus mejores manifestaciones en obras escultóricas de piedra y bronce, madera y barro cocido. Ofrece gran variedad regional con rasgos culturales de cada zona que se distribuye en tres zonas bien diferenciadas: Andalucía, la zona de Levante y el centro peninsular.
Escultura
La escultura ibérica aparece en torno al 500 a. C. y constituye una de las manifestaciones más importantes de la cultura ibérica en la que confluyen influjos mediterráneos (griegos y fenicios principalmente) y autóctonos. Desde los primeros descubrimientos se han planteado entre los especialistas diversas hipótesis respecto a su origen.
Las diferentes influencias se ven reflejadas en las obras, algunas de estilo más orientalizante (Pozo Moro), con posibles influjos sirio-hititas, y otras de aspecto más jónico (Cerrillo Blanco, Porcuna), con algunas evocaciones del arte chipriota y etrusco. Las damas son figuras de busto o de cuerpo entero, que acostumbraban a estar de pie o sentadas (sedentes) y que son representadas portando ofrendas.
Pintura
La pintura ibérica no reúne la perfección y el interés que ofrece la escultura, pero tampoco deja de tener su importancia aún prescindiendo de que muchas interesantes pinturas de las llamadas prehistóricas pueden datar de las edades del bronce y del hierro y sean, por lo mismo, verdadera y propiamente obras de arte ibéricas. Fuera de ellas, la pintura ibérica se reduce a decoraciones de numerosas vasijas y de algún muro de cámaras sepulcrales. Su mayor antigüedad se atribuye al siglo VI a. C. como puede inferirse por comparación con los restos de cerámica griega con los cuales se halla, a veces confundida la ibérica y, sin duda, que esta fue siguiendo a través de las civilizaciones púnica y romana llegando quizá hasta la invasión de los bárbaros.
Cerámica
Con la introducción del torno rápido por los fenicios en el siglo VIII a. C. se produce un cambio en la fabricación de la cerámica en el mundo indígena, lo que permite el desarrollo de una de las manifestaciones más características de la cultura ibérica.
Etapas de la cerámica ibérica, según Ruiz-Molinos:
Ibérico I (600/580–540/530 a. C.), protoibérico, orientalizante final. Vasos trípodes, vasos con asas triples, formas de barniz rojo y ánforas fenicias.
Ibérico II (540/530–450/425 a. C.), ibérico antiguo. Urnas de orejeras (Oral), vasos con borde de cabeza de ánade, decoración con bandas. Asociada con cerámica griega de origen masaliota o de Emporiton, y cerámicas áticas de figuras rojas.
Ibérico III (450/425–350/300 a. C.), ibérico inicial-pleno. Diversificación de formas y motivos. Cerámica de barniz rojo-ibérico en el Levante y Andalucía. Apogeo de la cerámica ática de figuras rojas. Al final (350–300 a. C.) se produce un corte brusco de las importaciones de cerámica griega.
Ibérico IV (350/300–175/150 a. C.), Ibérico pleno-tardío. Máximo desarrollo de la diversificación. Aparición del estilo de Liria-Oliva. Las decoraciones son variadas e incluyen escenas con guerreros, de recolección, actividades textiles, caballeros, danzantes, músicos, animales, etc. Su final coincide con la aparición de la cerámica campaniense y el final de la segunda guerra púnica.
Ibérico V (175/150–60 d. C.), Ibérico tardío. Vinculada a las producciones romanas (campaniense A y B, sigillata). Estilo de Azaila, continuación del Elche-Archena.
Ibérico VI (60 d. C.–siglo II/III d. C.). Producción marginal con estilo ibérico en época romana.
Religión
La religión es un tema poco conocido de la cultura ibérica, pero en los últimos años se han producido importantes avances en el conocimiento e interpretación de muchos hallazgos. Las fuentes fundamentales son los materiales arqueológicos, y los escasos escritos. Entre los materiales más relevantes estarían los exvotos de bronce, terracota y piedra, la cerámica y otros objetos como falcatas votivas.
Animales sagrados
Poco se sabe del mundo de los dioses de los iberos, lo poco que se conoce es gracias a escritos de antiguos historiadores y filósofos, y a algún que otro resto arqueológico. De lo que sí se tiene constancia, es que animales como los toros, lobos, linces, o buitres, formaban parte de este mundo, ya fuese como dioses, símbolos, vínculos con el mundo mortal y sus 'espíritus', o el mundo divino.
El toro representaría la virilidad y la fuerza. El lince estaba vinculado al mundo de los muertos. Los buitres llevaban las almas de los guerreros muertos en las batallas al mundo de los dioses. No se sabe mucho más, ya que ha perdurado escasa información sobre estos asuntos.
Enterramientos
Los iberos utilizaban el rito de la incineración, conocido gracias a los fenicios o a los pueblos transpirenaicos que introducen la cultura de los campos de urnas.
Las cenizas eran guardadas en urnas cinerarias de cerámica con forma de copa, con tapa y sin decoración. Otras tenían forma de caja con patas terminadas en garras, con tapadera y decoración de animales. Las urnas se introducían en fosos excavados en tierra junto con un ajuar funerario. Los íberos, para señalizar el lugar de la tumba, construían túmulos de variadas dimensiones, aunque había enterramientos mucho más elaborados para las clases sociales más altas como ocurre en el caso de la Cámara Sepulcral de Toya, Peal de Becerro (Jaén).
Se han hallado túmulos con recipientes cerámicos a los pies de la difunta, como la Dama de Baza que está sentada en una especie de trono alado, o Dama de Elche que guarda y protege los restos y el ajuar funerario. En otros túmulos se depositaban las armas del difunto, al que se incineraba y se introducía en una vasija de cerámica ornamentada. En algunos funerales se peleaba sobre la propia tumba hasta la muerte, como en el entierro de Viriato.
Las últimas comunidades de cazadores-recolectores que ocupaban la península ibérica comenzaron a enterrar de forma sistemática en cementerios, un hábito que se vincula a la progresiva sedentarización de estas sociedades y a un cambio significativo en la relación de sus territorios con las actividades económicas. La necrópolis más antigua de la península ibérica, se halla en Oliva (Valencia).
Santuarios
Se han identificado lugares de culto como santuarios urbanos, algunos de los más importantes localizados en la Contestania y área de influencia como el Santuario de la Serreta (Alcoy), famoso por sus terracotas, el Santuario del Cerro de los Santos (Albacete), el templo urbano de La Alcudia (Elche), los templos de la Isleta (Campello), el santuario de la Luz (Verdolay, Murcia), el santuario de El Cigarralejo (Mula, Murcia), el Santuario de Coimbra de Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) y el santuario de La Encarnación (Caravaca, Murcia). También se han identificado espacios sacros como el santuario doméstico de El Oral (S. Fulgencio, Alicante), o el de la Bastida de les Alcuses (Mogente, Valencia) y depósitos votivos como el encontrado en el El Amarejo (Bonete, Albacete), o el posible santuario de Meca (Ayora, Valencia). En el ámbito rural, destaca el Santuario de El Pajarillo (Huelma, Jaén), localizado en un punto estratégico de tránsito y que exhibe una arquitectura teatral de compleja narración mitológica para la fama del príncipe ibero protagonista del conjunto escultórico. También en el ámbito rural en 2004 fue descubierto en el Cerro del Sastre (Montemayor, Córdoba) un santuario ibérico que puede considerarse único en España, por conservar gran parte de su perímetro de muro (de más de dos metros de alto) así como las escaleras de acceso al conjunto[cita requerida].
Otra característica es el empleo de grutas o cavernas a modo de santuarios, en los que se depositaban pequeñas estatuillas, llamadas exvotos, como ofrenda votiva a alguna deidad. Estas figuras son tanto de mujeres sacerdotisas como de hombres guerreros, a pie o a caballo, otras están sacrificando algún animal con un cuchillo, o mostrando su respeto con las manos en alto, o con los brazos abiertos.
Asentamientos
Las zonas que mejor se conocen son las del Alto Guadalquivir y del río Segura, donde se distinguen tres tipos de poblados:
Pequeños asentamientos, situados en zonas llanas y que carecían de fortificación;
Recintos fortificados, estructuras de dimensiones reducidas con fuertes defensas que solían estar en zonas altas.
Grandes poblados u oppida, centros que controlaban una región o un territorio, donde se situaban los distritos poblados en llano y sus recintos fortificados. Son las capitales mencionadas por Estrabón.
Las ciudades
Las ciudades iberas podían estar construidas junto a cerros, en lugares estratégicos, controlando las vías de paso, lo que les daban una importante ventaja frente a los enemigos; solían estar circundadas por muros de piedra y adobe, sobre los que se disponían torres de vigilancia y las puertas a la ciudad. Los asentamientos construidos en llano nunca estaban amurallados y tenían una funcionalidad económica, agrícola y ganadera.13
La mayoría... no fueron concebidos para rechazar asedios formales que nunca vendrían, no solo porque las fortificaciones ejercieran un efectivo papel militar disuasorio —también—, sino porque el atacante no tendría ningún interés en asediar la ciudad. Un asalto rápido o por sorpresa a una granja, bien; una entrada en tropel por una puerta abierta cuando se perseguía a un enemigo en huida, de acuerdo... pero un asedio prolongado carecería de sentido en la forma ibérica de entender la guerra... más valdría volver a saquear los campos y buscar la sorpresa la primavera siguiente. (Fernando Quesada Sanz).
Las casas de las ciudades solían ser de planta rectangular, hechas de adobe sobre una base de piedra, a modo de cimientos, de una sola planta y, algunas veces, dos; las cubiertas tenían una estructura de madera y recubrimiento vegetal.
La principal ciudad de la Oretania, Cástulo, fue también el oppidum más extenso de la península, si bien las posteriores etapas históricas, principalmente romanas y medievales, ocultaron arqueológicamente esta fase ibera, conocida gracias a las diversas campañas de investigación.
Conquista romana
Roma decidió conquistar la península ibérica por la gran cantidad de recursos que poseía y su valor estratégico.
El proceso conquistador duró cerca de doscientos años y se hizo en varias etapas: los Escipiones (218–197 a. C.) ocuparon la franja mediterránea, el valle del Ebro y el del Guadalquivir, aunque no sin dificultades. Después, conquistaron la Meseta y Lusitania (Portugal). Los guerreros íberos preferían la muerte a tener que entregar sus armas. Los pueblos que habitaban estas zonas, ofrecieron gran resistencia, como los guerrilleros lusitanos con Viriato y los numantinos con jefes celtíberos como Retógenes el Caraunio (App. Iber. 93). Posteriormente (29 a 19 a. C.) sometieron a los cántabros y astures, dominando así toda la península, aunque la violenta resistencia requirió la presencia del emperador Augusto. Hispania fue dividida administrativamente en provincias romanas y se convirtió en fuente de materias primas con destino a la capital de Imperio romano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario