PUEBLO: ÍBERO.
LENGUA: ÍBERO.
ESCRITURA: IBÉRICO NORORIENTAL.
ENTERRAMIENTO: INCINERACIÓN.
DECADENCIA: 192 a. n. e. FUERON ABSORVIDOS POR LOS ROMANOS YA CONSIDERÁNDOSE HISPANO-ROMANOS.
Los ilergetes o iltirgeskios 'habitantes de Iltirta' (gen. iltirgesken) en lengua indígena, eran uno de los pueblos que ocupaban parte de la península ibérica antes de la llegada de los romanos.
Estaban ubicados en parte de lo que sería conocido posteriormente como la Tarraconense, desde el Bajo Urgel hasta el río Ebro, ocupando lo que en la actualidad son las provincias de Huesca y de Lérida, ocupando las ricas cuencas del río Segre, el Noguera Pallaresa, el Noguera Ribagorzana, el Cinca y el Alcanadre, aunque es impropio tratar de establecer fronteras definidas en aquella época. Se hallan señales de su presencia durante largos periodos en la actual provincia de Zaragoza y el norte de Castellón, donde presionaban a los edetanos.
Su sociedad política estaba fundamentada en la existencia de un Rey (régulos en las crónicas romanas, "reyes pequeños"), muy jerarquizada con oligarcas que mantenían la estructura social y un fuerte componente militar. Se sostiene la tesis de que era una sociedad muy avanzada a la llegada de los romanos y que eran buenos comerciantes. Algunas ciudades grandes parecían disponer de una cierta autonomía con órganos de gobierno a modo de curias a partir del siglo I a. C., aunque bien podrían estar influidas por el proceso de romanización acentuada a partir del 195 a. C.
Su capital era Atanagrum, cuya ubicación exacta se desconoce. Otra ciudad importante era Ilerda, también denominada Iltirta o Iltirda, (la actual Lérida), y que en determinados momentos fue también capital, llegando a considerarse en algunos periodos como la ciudad más grande en la península al norte de Sagunto.
Su economía estaba basada en la ganadería y el cultivo de grano. Se han encontrado molinos manuales giratorios. Fue muy importante el desarrollo de la metalurgia, la orfebrería y la industria textil. La cerámica tenía componentes fenicios y griegos, con motivos ornamentales geométricos. Usaban la moneda, de bronce (ases) y de plata (dracmas), al menos desde el siglo III a. C., lo que favoreció el comercio y la captación de impuestos.
Antes de terminar el verano del 218 a.C., los romanos disponían de una base segura desde la que proyectarse al resto de la costa levantina, en la que recibían constantes refuerzos procedentes de Marsella.
La actitud dubitativa del general cartaginés, Hannon, no atacando en sus inicios a los romanos, permitió que éstos afirmasen su poderío en la zona, al tiempo que las tribus iberas, inicialmente partidarias de los púnicos, se vieran obligadas a aliarse con aquellos.
Este es el momento en que hace su aparición en la historia el rey de los ilergetes, Indíbil, que ante la actitud adoptada por los romanos, se enfrentó abiertamente a ellos. Esta conducta fue seguida por su cuñado, Mandonio, rey de los cessetanos.
Indibil movió su ejército en apoyo de su cuñado, actuando en ese momento forzado por los acontecimientos. Hannón, vista la situación, informó de la acción romana a Asdrúbal, que se encontraba en Cartagena.
A finales de Septiembre, los 10.000 hombres de Hannon y otros 1.500 apotados por Indíbil se encontraban acampados delante de las murallas de Cissa (Tarragona) en espera de acontecimientos, pero en una rápida marcha, Cneo se presentó frente a ellos con la totalidad de su ejército, unos 25.000 hombres[6], produciéndose la primera gran batalla de la II Guerra Púnica en la Península Ibérica, cuando Aníbal ni siquiera había llegado aún a Italia.
LA BATALLA DE CISSA
Cneo desplegó sus fuerzas de la manera tradicional: las dos legiones en el centro, las dos unidades aliadas a sus flancos, y más al exterior, en ambas alas, su caballería campania y legionaria, no empeñando de momento en el combate más que algunos aliados iberos de caballería, junto a la caballería legionaria. En reserva mantuvo a los iberos recién reclutados así como a los tripulantes de los barcos que había dejado anclados en Ampurias.
Cneo pretendía arrollar el centro púnico con sus legiones, provocando su huida. A continuación, la caballería campania sacaría del campo de batalla a la caballería ibera. Como colofón tras la desbandada, el grueso de la infantería atacaría la ciudad, mientras las fuerzas de reserva se harían con el campamento cartaginés.
Por su parte, Hannón, ante la inferioridad numérica de sus fuerzas, desplegó a sus hombres en línea lo más extendida posible, situando a los hombres de Indíbil a su derecha. Con ello, pretendía compensar la superioridad numérica de los romanos, que le doblaban en número, estableciendo una línea más extensa, pero más delgada de combatientes, con la idea de sujetar a la infantería romana, en tanto que Indíbil, teóricamente más fuerte que sus oponentes, batía un flanco romano y rodeaba a su infantería, para así provocar la victoria propia.
Siguiendo sus procedimientos de combate habituales, las legiones romanas avanzaron, mientras la infantería púnica permanecía estática. A los veinte metros reglamentarios los hastati lanzaron los pilas ligeros y a continuación los pesados contra las filas púnicas. Ante tal avalancha de venablos y antes de que llegase el momento del contacto, las filas se rompieron y los infantes púnicos e iberos huyeron en desbandada.
Mientras tanto, Indíbil, combatía con éxito frente al ala izquierda romana formada por la caballería legionaria.
Ante la huida de la infantería cartaginesa, Cneo lanzó su reserva ibera en apoyo de su flanco izquierdo para que se enfrentase a los ilergetes, con una doble finalidad: frenar a Indíbil y dar una oportunidad a sus nuevos aliados de estar en el triunfo. Asimismo ordenó que la caballería de su ala derecha se desplazase por detrás de las legiones para apoyar esta acción. Esto trajo consigo que, en poco tiempo, los ilergetes estuviesen totalmente rodeados por fuerzas muy superiores en número, provocando su rendición. Mientras tanto, una parte de la infantería púnica en su huida había atravesado el campamento propio refugiándose en la ciudad, y otra parte huyó hacia el sur aprovechando el hueco que produjo la maniobra de la caballería del ala derecha.
Una vez capturado Indíbil y situadas las tropas frente a Cissa, Cneo envió unos emisarios a la ciudad. El mensaje era claro: rendición y respeto de las vidas de los prisioneros, o destrucción de la ciudad; además, para que quedase claro el mensaje, anunciaba que crucificaría en el campo de batalla a los ilergetes prisioneros, previamente al asalto de la ciudad. La respuesta fue instantánea: rendición.
El resultado de la batalla fue tremendamente fructífero en el campo táctico: los púnicos habían sufrido 6.000 bajas en combate además de 2.000 prisioneros, entre los que se encontraban el propio Hannon y el rey de los Ilergetes Indíbil y es de suponer que también cayó en su poder Mandonio.
Con el fin de atraerse la lealtad de los ilergetes puso en libertad a Indíbil, si bien le exigió un cierto número de rehenes según se desprende de lo que Tito Livio expone en su ya reiterada obra, cuando dice, a propósito de hechos que se relatarán más adelante, que le había impuesto mayor número de rehenes que antes.
Asdrúbal llegó demasiado tarde para ayudar a Hannón y aunque no era lo suficientemente fuerte como para atacar a los romanos, cruzó el río y envió una columna que hostigó a sus fuerzas, capturando a un cierto número de marineros, e infligiéndole tales bajas que la eficacia de la flota romana se redujo de 60 a 35 buques.
Después de castigar a los oficiales a cargo de los contingentes navales por la laxitud de su disciplina, Escipión y el ejército romano se retiró a Tarraco y más tarde a Ampurias. Asdrúbal, por su parte, lo hizo a Cartagena después de la deserción de algunas ciudades aliadas al sur del Ebro. No obstante, el prestigio romano se estableció en España, mientras que los cartagineses habían sufrido un importante revés
Las consecuencias estratégicas de esta victoria fueron de una gran trascendencia, pues al tiempo que Cneo se convirtió en dueño de las tierras al norte del Ebro, proporcionándole una magnífica base de operaciones para acciones posteriores, Asdrúbal se vio imposibilitado para enviar a Aníbal los refuerzos que tanto necesitaba en Italia.
G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R)dice:
"Indíbil tan solo respetaba a la figura de Escipión, considerando que el resto de sus generales lo eran tan solo de nombre y que habiendo aquel abandonado Hispania era el momento oportuno para desembarazarse del dominio romano y volver a las costumbres y usos de sus padres.
Los argumentos hicieron mella en sus compatriotas, en los ausetanos (habitantes de la zona de Vich) y en otros pueblos limítrofes (lacetanos, suessetanos y edetanos), de suerte que en pocos días se reunieron todos en el territorio de los sedetanos (probablemente al sur de Tarragona), donde se había fijado la cita general y donde había de darse la batalla decisiva. Según Tito Livio, el contingente de fuerzas que consiguieron reunir fue de 30.000 infantes y 4.000 jinetes.
Los generales romanos Léntulo y Acidino temieron que la sedición se propagara todavía más y se dirigieron a toda prisa al corazón de las tierras insurgentes, estableciendo su campamento a unos 4’5 km del enemigo. La fecha sería, con toda probabilidad, en la primavera del año 205 a.C. En cuanto a los efectivos que constituían el ejército romano tan solo sabemos que estaba formado por guarniciones propias, reforzadas con tropas de los pueblos aliados.
Los citados generales trataron inicialmente de convencerles para que depusieran las armas; para lo cual enviaron legados, pero los rebeldes no estaban dispuestos a abandonar su actitud.
La última batalla de Indíbil
Así las cosas, unos forrajeadores romanos se vieron sorprendidos por jinetes ibéricos, lo que dio origen a una escaramuza entre la caballería de ambos bandos, con resultado indeciso.
Al siguiente día todas las fuerzas iberas desplegaron a un km y medio del campamento romano dispuestas a entablar batalla. En el centro se situaron los ausetanos, en el ala derecha los ilergetes y la izquierda estaba integrada por soldados de otros pueblos ibéricos de menor renombre.
Muerte de Indíbil
Los íberos dejaron entre las alas y el centro espacios suficientes para que la caballería pudiera desplegar holgadamente; pero Léntulo dio las órdenes oportunas para ocuparlos antes que los iberos.
Por su parte, Léntulo, entabló un combate de infantería con no muy buena fortuna, pues la legión XII empezaba ya a ceder en el ala izquierda ante el empuje de los ilergetes; situación que fue superada con la llegada de la legión XIII, que había permanecido en reserva.
Pronto apareció la caballería romana, que rompió las líneas de la infantería ibérica, al tiempo que cerraba el paso a la caballería indígena. Los de Indíbil echaron pie a tierra y renunciaron a pelear a caballo, de modo que las filas quedaron perturbadas y el desorden empezó a cundir entre los combatientes ibéricos.
En este momento, Indíbil en persona, con los jinetes desmontados, se puso al frente de las tropas sosteniéndose durante algún tiempo una lucha encarnizada; ésta se mantuvo hasta que hubieron sucumbido los que peleaban en torno al rey, hasta que éste cayó muerto al ser clavado al suelo por una jabalina. A partir de este momento se inició la desbandada entre las tropas íberas. Las bajas habidas en este bando se cifraron en 13.000 muertos, quedando otros 800 prisioneros, en tanto que los restantes quedaron dispersos por los campos.
En realidad habían sido los ilergetes los que en aquella jornada definitiva habían sostenido el peso de la batalla. En cuanto a Indíbil, luchó como cabía esperar de un caudillo que gozaba de buena fama de bravura.
Después de tan decisiva derrota, Mandonio convocó a los supervivientes íberos a una asamblea general en la que se decidió enviar una embajada a los generales romanos vencedores, dispuestos a deponer las armas y a brindarles su rendición.
Estos respondieron que aceptarían su sumisión si entregaban vivos a Mandonio y demás culpables de la guerra y que, de lo contrario, lanzarían su ejército contra la región de los ilergetes, de los ausetanos y, después, sobre las de los otros pueblos.
Es posible que partiera de ellos mismos la decisión de entregarse con alguna esperanza de salvarse y salvar a sus pueblos, pero el resultado fue que los romanos les dieron muerte en el suplicio de la cruz.
El precio de la paz fue el pago de un estipendio doble aquel año, trigo para seis meses, sagun y togas para el ejército, y rehenes de cerca de treinta pueblos de la zona de Cataluña. Se confiscaron los bienes de los caudillos ejecutados y se pusieron guarniciones en los pueblos rebeldes."
(Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).)
Además de las batallas donde Indíbil y Mandonio, lugarteniente de aquel, intervinieron, los ilergetes todavía se sublevaron en el 195 a. C. contra Roma y debieron ser sometidos por Catón. A partir de este momento comienza la decadencia de este pueblo que en el 192 a. C. debe pedir a Roma ayuda para defenderse de sus vecinos, sometidos ya a vasallaje romano sus reyes y eliminadas las defensas de las ciudades.
El yacimiento arqueológico de un asentamiento ilergete que más información ha ofrecido sobre la historia de este pueblo, además de las obras de los autores antiguos romanos, es el de La Pedrera de Vallfogona.
Fuentes:
- https://observatorio.cisde.es/archivo/11175/
- Wikipedia.