Una de las características del hidalgo era el orgullo de casta: un orgullo feroz, que les vedaba trabajar con las manos.
Con esa mentalidad tenían pocas salidas, sobre todo aquellos que no disfrutaban de rentas. Podían aspirar a cargos públicos, seguir la carrera de las armas, ingresar en religión o practicar alguna de las contadas profesiones consideradas honrosas, tal cual era el caso de la de leyes.
A las filas de la hidalguía se accedía por varios caminos: los más frecuentes eran los de solar conocido y los de bragueta.
En el primero de los casos figuraban los que poseían casa solariega o la habían poseído; y los segundos, eran aquellos que recibían el privilegio por haber engendrado siete hijos varones en el matrimonio.
Eran tiempos en que se precisaban hombres para empuñar la lanza, y los hidalgos constituían el brazo armado que acudía en defensa del reino en momentos de peligro.
Un hidalgo sin dinero era un segundón, un don nadie; pero eso sí, contaban con algunos privilegios, como la exención del pago de impuestos. Además, en el caso de ser sentenciados a muerte, les asistía la prerrogativa de ser decapitados, en lugar de morir ahorcados.
La hidalguía (derivada del Francés Cheval del Latín Caballus) como una institución se debe considerar desde tres puntos de vista: lo militar, lo social y lo religioso. Consideraremos también la historia de la Hidalguía como un todo.
MilitarEn el sentido militar, Hidalguía fue la caballería pesada de la edad media la cual constituyó la principal y más efectiva fuerza marcial. El caballero o chevalier era el soldado profesional de la época; en latín vulgar
medieval, la palabra miles (soldado) era equivalente a "caballero". Esta supremacía de caballería era correlativo con el rechazo de la infantería en el campo de batalla. Cuatro particularidades distinguieron al guerrero profesional:
- Sus armas;
- Su Caballo;
- Sus sirvientes, y
- Su bandera.
ArmasEl ejército medieval estaba pobremente equipado para combate a larga distancia, y arcos y ballestas eran las únicas empleadas, aún cuando el clero pretendía prohibir su uso, al menos entre multitudes cristianas, como adverso a la humanidad. En todos los actos ellos eran considerados como desleales en combate por el caballero medieval. Sus únicas armas ofensivas eran la lanza para el choque y la espada para el combate cuerpo a cuerpo, armas comunes para ambos, armas ligeras y caballería pesada. La característica distintiva de lo más reciente, lo cual realmente constituyó la hidalguía, se reveló en sus armas defensivas, lo cual varió con las diferentes épocas. Estas armas fueron siempre costosas de obtener y pesadas para cargar, tal como la BRUNIA o Camisote de la época Carlovingia, el arnés, el cual predominó durante las cruzadas, y finalmente el blindaje se introdujo en el siglo catorce.
CaballosNingún caballero era considerado a estar equipado apropiadamente sin al menos tres caballos:
El caballo de batalla, o DEXTERARIOUS, el cual era dirigido a mano, y usado sólo para el comienzo (de aquí el decir, "para montar una actitud arrogante"), Un segundo caballo, palafren o corcel, para el camino, y
El caballo de carga para el equipaje.
Sirvientes
El caballero requería de varios sirvientes:
- Uno para conducir los caballos,
- Otro para cargar las armas más pesadas, particularmente el blindaje o escudo de armas (scutum, de aquí SCUTARIOS, del francés ESCUYER, escudero);
- Otro más para ayudar a su amo a montar su caballo de batalla o para levantarlo si era desmontado;
- Un cuarto sirviente para custodiar prisioneros, mayormente aquellos de calidad, por quienes era esperado un gran rescate.
Estos sirvientes, quienes eran de baja condición, no eran confundidos con los asistentes armados, quienes formaban la escolta de un caballero, Desde el siglo trece los escuderos también fueron armados y montados a caballo y pasaban de un grado a otro, fueron elevados finalmente a la caballería.
Banderas
Los estandartes fueron también una marca distintiva de Hidalguía. Eran fijados y llevados a la lanza. Había una clara definición entre el pendón, una bandera en punta y ahorquillada en la extremidad, usada por un simple caballero o mancebo como una insignia personal, y el estandarte, de forma cuadrada, usada como la insignia de una banda y reservada al barón en mando de un grupo de al menos diez caballeros, llamada una guardia civil. Cada bandera o estandarte era ensalzado con las armas de su dueño para distinguir uno de otro en el campo de batalla. Esta relación heráldica llegó a ser después hereditaria y dio lugar a la complicada ciencia heráldica.
Social
La carrera de un caballero era costosa, requiriendo de medios personales de conformidad con la estación, un caballero tenía que sufragar sus propios gastos en una época cuando el monarca no tenía tesoro ni presupuesto de guerra disponible. Cuando la tierra era la única clase de riqueza, cada soberano que deseaba formar un ejército dividía sus dominios en feudos militares, el arrendatario apoyaba el servicio militar con sus propios gastos personales por un número determinado de días (cuarenta en Francia e Inglaterra durante el periodo Normando). Estos derechos como otras concesiones feudales, llegaron a ser hereditarios, y de este modo se desenvolvió la clase noble, para quienes la profesión caballeresca era la única carrera.
La Encomienda, sin embargo, no era hereditaria, previsto sólo a los hijos de un caballero que estuviera elegible a su categoría. En su puericia eran enviados a la corte de algún noble, donde eran entrenados en el uso de los caballos y armas además de enseñarles clases de cortesía. Desde el siglo trece, los candidatos, después de que habían obtenido la categoría de escudero, se les permitía formar parte en las batallas; pero era sólo cuando habían llegado a la edad, comúnmente a los veintiún años a la que eran admitidos en el grado de caballero, a través de una ceremonia propia llamada "Armar caballero". Cada caballero era apto para investir la encomienda, proporcionando al aspirante requisitos completos de sus condiciones de linaje, edad, y entrenamiento. Cuando la condición de linaje era carencia en el aspirante, el monarca únicamente podía crear un caballero, como parte de su privilegio real.
Religioso
En la ceremonia de investir la encomienda, la Iglesia participaba a través de la bendición de la espada, y en virtud de esta bendición la hidalguía asumía su carácter religioso. En el principio de la cristiandad, no obstante las enseñanzas de tertuliano acerca de que la cristiandad y la profesión de las armas eran incompatibles era condenado como herético, la carrera militar era considerada como un pequeño privilegio. En la hidalguía, la religión y la profesión de las armas era reconciliable. Este cambio de actitud en la parte de la Iglesia viene, de acuerdo a algunos, desde las cruzadas, cuando los cristianos armados fueron por primera vez devotos de un propósito sagrado. Aún antes de las cruzadas, sin embargo, un anticipo de esta actitud se encontró en la costumbre llamada "Tregua de Dios". Fue entonces que la clericatura aprovechada de la oportunidad ofrecida por estas treguas exigió de los guerreros rudos de épocas feudales una promesa religiosa para usar sus armas ampliamente para la protección de los débiles e indefensos, especialmente mayores y huérfanos, y de las Iglesias. La hidalguía, en el sentido moderno, se sustentó en una promesa, fue esta promesa la que dignificó al soldado, elevado en su propia estima, y levantado casi al nivel del monje en la sociedad medieval. Como correspondencia a esta promesa, la Iglesia decretó una bendición especial para el caballero en la ceremonia llamada en el PONTIFICADO ROMANO, "Benedictio novi militis".
Al principio muy simple en su forma, este ritual gradualmente se desarrolló dentro de una ceremonia elaborada. Antes de la bendición de la espada sobre el altar, muchos exámenes preliminares fueron requeridos del aspirante, tales como la confesión, una vigilia de oración, ayuno, un baño simbólico, y una investidura con una túnica blanca, con el propósito de imprimir en el candidato la pureza del alma con las cuales comenzaba como tal una noble carrera.
Arrodillado, en la presencia del clero, pronunciaba la promesa solemne de la hidalguía, al mismo tiempo muchas veces renovando la promesa bautismal; al escogido como padrino enseguida lo golpea levemente en la nuca con una espada (armar caballero) en el nombre de Dios y San Jorge, el patrono de la hidalguía.
http://foros.hispavista.com/historia-y-vascos/2628/504493/m/que-era-la-hidalguia-medieval/
http://ec.aciprensa.com/h/hidalguia.htm
A los que tomaron parte en la Reconquista y alcanzaron la dignidad de hidalgos, se les denominaba "primarios" y "secundarios" a los que después se establecieron ya en tierras conquistadas.
Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de "no pechar", esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que estas Chancillerías de la época se conserven multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que demostrar que se era de estado noble.
La nobleza y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta "pobres de solemnidad". Y junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran "pecheros" tenían que pagar los tributos "y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía".
Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias, y por lo general, seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. Sería muy aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en la abundancia queda destacado por un escritor de nuestro siglo en su "España vista por los extranjeros". A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos castellanos dice: "La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la hacienda de un caballero castellano".
Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco, ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí:
- Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.
- Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad.
- Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército. El pueblo español siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les denominó así "hidalgos de bragueta".
El procedimiento no podía ser más simple: consistía en demostrar ante las Reales Chancillerías encargadas de solventar los pleitos de nobleza y probanza de limpieza de sangre, que se habían tenido como hijos a siete varones seguidos naturalmente en legítimo matrimonio. Los que se engendraban fuera de tan sagrado vínculo no se tenían en cuenta. Un hombre podía tener no un hijo, sino veinte con otra mujer que no fuera su esposa y para nada le valía si lo que pretendía era alcanzar la condición de hidalgo. Ahora bien, si podía demostrar palpablemente y sin la menor duda de que su mujer legítima había parido siete hijos varones y él era el padre con eso bastaba para que se le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de solemnidad y aún mendigo o que fuera un total analfabeto, sus siete hijos varones lo convertían en hidalgo y con ello naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el pago de los onerosos tributos al Tesoro.
Esto explica que en la España del Siglo XVIII, con nueve millones escasos de habitantes existieran nada menos que seiscientos mil hidalgos. O sea que aquel que no lo fuera a nadie podía culpar de no serlo. Bastaba con la procreación y tener a su esposa en los mejores años de su vida, en un embarazo casi perpetuo. Siete hijos y a otra cosa. Pero ¡ojo! tenían que ser varones, las hembras no contaban. Desde un punto de vista moderno este hecho se puede enjuiciar como un premio a la natalidad. Algo semejante a los beneficios de que gozan las familias numerosas de nuestros días.
Aquel que quería ser hidalgo lo único que tenía que hacer era "empreñar" (usando la terminología de la época) a su mujer siete veces y rogarle al Santo de su devoción que en las siete ocasiones los hijos venidos al mundo fueran varones, y si estos no era seguidos, y por medio se metía una hembra, la alegría podría traducirse en llanto y crugir de dientes.
Quizás de ahí viene aquel refrán de "mala noche y encima parir hija".
Como es natural, la nobleza de sangre nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de concesión de hidalguía. Que el noble cuya dignidad le venía por los méritos guerreros hechos por sus antepasados y presumiera de su limpieza de sangre se cruzara en la calle de su pueblo con un porquerizo llevando una piara de cerdos que, por haber tenido siete hijos seguidos poseía la misma dignidad que él, debía ser cosa harta de soportar para el primero. La nobleza entendía que para alcanzar la concesión de hidalguía debía llegarse por otros cauces y siempre mantuvo una línea de conducta en la que, a pesar de cédulas de reconocimiento, en lo que a ella respecta no reconocía a los hidalgos procreadores a los que despectivamente se les denomina como "hidalgos de bragueta", y es que el número de estos llegó a ser excesivo, existiendo regiones como Cantabria donde proliferaron tanto que se llegó a decir que todos sus habitantes eran hidalgos. La nobleza sostenía que la medida era perjudicial para los intereses de la Corona puesto que con tantos "hidalgos de bragueta", se reducían los ingresos del Tesoro Real, al estar exentos de los tributos. Más como nada podía hacer para impedir que determinado individuo "empreñara" a su mujer cuantas veces le viniera en gana y ella se dejara, lo que hizo fue poner a los "hidalgos de bragueta" cuantos impedimentos podía con el fin de impedirles llegar a las Órdenes Militares o a otras instituciones de elevado rango que debían reservarse exclusivamente a los hidalgos solariegos y de sangre.
Los "bragueteros" sostenían, por el contrario, que ellos eran tan hidalgos como los otros y de ahí los numerosos pleitos que, como ya dejamos indicado, se promovían en las distintas Chancillerías y Audiencias Reales. Los hidalgos de sangre, ya que no podían hacer otra cosa, ponían todo su empeño en enredar de tal modo el asunto que la decisión final de reconocimiento de hidalguía al "braguero" tardara años y más años en solucionarse ya que mientras esto no ocurriera, el solicitante estaba obligado a seguir pagando los tributos.
Estas demoras eran fatales para los que aspiraban a la obtención de la hidalguía por medio de la bragueta. Al hidalgo castellano, y basta con consultar la novela de la época, siempre se le representa como arruinado y viviendo en la más absoluta penuria. Lo curioso del caso es que, apenas alcanzaba la condición de hidalgo, y aunque rabiara de hambre y no tuviera para dar de comer a los siete hijos engendrados para conseguir la ansiada dignidad, se mostraba de inmediato orgullosísimo de su estado social y ya no quería ejercer oficios que antes sí practicó, juzgando como una deshonor el trabajo, hasta que el rey Carlos II decretó que la hidalguía era perfectamente compatible con el ejercicio del comercio u otras actividades artesanas que no degradaban, ni menoscababan al hidalgo que las ejerciera. A partir del siglo XVIII se fue acelerando el proceso de descomposición de una clase que ya no tenía sitio alguno en el nuevo contexto social y económico.
Los hidalgos desaparecieron definitivamente como grupo social en los primeros años del siglo XIX.
Fuente: http://www.heraldicabc.com/hidalgos.htm
Con respecto a la hidalguía ésta página es muy interesante: http://www.anievas.org/enlaces61.htm
http://ec.aciprensa.com/h/hidalguia.htm
A los que tomaron parte en la Reconquista y alcanzaron la dignidad de hidalgos, se les denominaba "primarios" y "secundarios" a los que después se establecieron ya en tierras conquistadas.
Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de "no pechar", esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que estas Chancillerías de la época se conserven multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que demostrar que se era de estado noble.
La nobleza y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta "pobres de solemnidad". Y junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran "pecheros" tenían que pagar los tributos "y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía".
Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias, y por lo general, seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. Sería muy aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en la abundancia queda destacado por un escritor de nuestro siglo en su "España vista por los extranjeros". A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos castellanos dice: "La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la hacienda de un caballero castellano".
Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco, ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí:
- Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.
- Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad.
- Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército. El pueblo español siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les denominó así "hidalgos de bragueta".
El procedimiento no podía ser más simple: consistía en demostrar ante las Reales Chancillerías encargadas de solventar los pleitos de nobleza y probanza de limpieza de sangre, que se habían tenido como hijos a siete varones seguidos naturalmente en legítimo matrimonio. Los que se engendraban fuera de tan sagrado vínculo no se tenían en cuenta. Un hombre podía tener no un hijo, sino veinte con otra mujer que no fuera su esposa y para nada le valía si lo que pretendía era alcanzar la condición de hidalgo. Ahora bien, si podía demostrar palpablemente y sin la menor duda de que su mujer legítima había parido siete hijos varones y él era el padre con eso bastaba para que se le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de solemnidad y aún mendigo o que fuera un total analfabeto, sus siete hijos varones lo convertían en hidalgo y con ello naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el pago de los onerosos tributos al Tesoro.
Esto explica que en la España del Siglo XVIII, con nueve millones escasos de habitantes existieran nada menos que seiscientos mil hidalgos. O sea que aquel que no lo fuera a nadie podía culpar de no serlo. Bastaba con la procreación y tener a su esposa en los mejores años de su vida, en un embarazo casi perpetuo. Siete hijos y a otra cosa. Pero ¡ojo! tenían que ser varones, las hembras no contaban. Desde un punto de vista moderno este hecho se puede enjuiciar como un premio a la natalidad. Algo semejante a los beneficios de que gozan las familias numerosas de nuestros días.
Aquel que quería ser hidalgo lo único que tenía que hacer era "empreñar" (usando la terminología de la época) a su mujer siete veces y rogarle al Santo de su devoción que en las siete ocasiones los hijos venidos al mundo fueran varones, y si estos no era seguidos, y por medio se metía una hembra, la alegría podría traducirse en llanto y crugir de dientes.
Quizás de ahí viene aquel refrán de "mala noche y encima parir hija".
Como es natural, la nobleza de sangre nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de concesión de hidalguía. Que el noble cuya dignidad le venía por los méritos guerreros hechos por sus antepasados y presumiera de su limpieza de sangre se cruzara en la calle de su pueblo con un porquerizo llevando una piara de cerdos que, por haber tenido siete hijos seguidos poseía la misma dignidad que él, debía ser cosa harta de soportar para el primero. La nobleza entendía que para alcanzar la concesión de hidalguía debía llegarse por otros cauces y siempre mantuvo una línea de conducta en la que, a pesar de cédulas de reconocimiento, en lo que a ella respecta no reconocía a los hidalgos procreadores a los que despectivamente se les denomina como "hidalgos de bragueta", y es que el número de estos llegó a ser excesivo, existiendo regiones como Cantabria donde proliferaron tanto que se llegó a decir que todos sus habitantes eran hidalgos. La nobleza sostenía que la medida era perjudicial para los intereses de la Corona puesto que con tantos "hidalgos de bragueta", se reducían los ingresos del Tesoro Real, al estar exentos de los tributos. Más como nada podía hacer para impedir que determinado individuo "empreñara" a su mujer cuantas veces le viniera en gana y ella se dejara, lo que hizo fue poner a los "hidalgos de bragueta" cuantos impedimentos podía con el fin de impedirles llegar a las Órdenes Militares o a otras instituciones de elevado rango que debían reservarse exclusivamente a los hidalgos solariegos y de sangre.
Los "bragueteros" sostenían, por el contrario, que ellos eran tan hidalgos como los otros y de ahí los numerosos pleitos que, como ya dejamos indicado, se promovían en las distintas Chancillerías y Audiencias Reales. Los hidalgos de sangre, ya que no podían hacer otra cosa, ponían todo su empeño en enredar de tal modo el asunto que la decisión final de reconocimiento de hidalguía al "braguero" tardara años y más años en solucionarse ya que mientras esto no ocurriera, el solicitante estaba obligado a seguir pagando los tributos.
Estas demoras eran fatales para los que aspiraban a la obtención de la hidalguía por medio de la bragueta. Al hidalgo castellano, y basta con consultar la novela de la época, siempre se le representa como arruinado y viviendo en la más absoluta penuria. Lo curioso del caso es que, apenas alcanzaba la condición de hidalgo, y aunque rabiara de hambre y no tuviera para dar de comer a los siete hijos engendrados para conseguir la ansiada dignidad, se mostraba de inmediato orgullosísimo de su estado social y ya no quería ejercer oficios que antes sí practicó, juzgando como una deshonor el trabajo, hasta que el rey Carlos II decretó que la hidalguía era perfectamente compatible con el ejercicio del comercio u otras actividades artesanas que no degradaban, ni menoscababan al hidalgo que las ejerciera. A partir del siglo XVIII se fue acelerando el proceso de descomposición de una clase que ya no tenía sitio alguno en el nuevo contexto social y económico.
Los hidalgos desaparecieron definitivamente como grupo social en los primeros años del siglo XIX.
Fuente: http://www.heraldicabc.com/hidalgos.htm
Con respecto a la hidalguía ésta página es muy interesante: http://www.anievas.org/enlaces61.htm
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